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lunes, 22 de abril de 2013

Comer es Peligroso: El Dilema del Omnívoro




El Ser Humano es Omnívoro. Ser omnívoro es una adaptación a ambientes cambiantes  y entornos poco predecibles en cuanto a recursos alimentarios. No cabe ninguna duda que la extensión de nuestra especie acaeció precisamente debido a esta adaptación que nos permitió sobrevivir a ambientes ancestrales hostiles y bien distintos entre sí, desde el desierto hasta los glaciares. Solo así pudimos abandonar los árboles y la selva, allí siguen aún nuestros antepasados los simios.

Nuestra dentadura está diseñada para cortar, desgarrar, triturar y desmenuzar la comida, descascarillar y pelar semillas de distinta dureza, de manera que no hay duda de que tenemos más relaciones de proximidad, -al menos en nuestras preferencias alimentarias- con las ratas o el cerdo que con nuestros ancestros los simios.

El dilema más importante que se le plantea a un omnívoro es éste: qué comer. Debido a que puede dar cuenta casi de cualquier cosa tiene que aprender “ex novo” qué cosas son comestibles y cuales no lo son. Y dentro de las cosas que son comestibles (como un congénere) tiene que aprender también a renunciar a un buen bocado si se trata de un humano, de eso se encargan los tabués.

La comida es un hecho social, que se encuentra regulado por una serie de prohibiciones -incluyendo las religiosas-, de prescripciones, de hábitos educativos, de reglas y costumbres, horarios y comportamientos en la mesa, cuando no de aversiones, o intolerancias. Pues "comer es peligroso" es por eso que no existe actividad humana más regulada que la alimentación.

Es por esa razón por la que nosotros junto con las ratas hemos desarrollado algo que conocemos con el nombre de "neofobia". La neofobia puede definirse como el miedo, asco o repugnancia a probar algo que no conocemos. Algo nuevo. Naturalmente esta tendencia a rechazar lo nuevo está acompañada en otros individuos de la tendencia opuesta: la "neofilia" o tendencia a encapricharse con lo nuevo.

Y si digo que comer es peligroso, lo es fundamentalmente para los omnívoros. El resto de animales vienen ya de serie equipados con un buen catálogo de alimentos a degustar y no traspasarán esa linea roja jamás. Nosotros sin embargo, los omnívoros estamos diseñados para explorar nuevas parcelas alimentarias (y de cualquier otra cosa).

Y de ahí, nuestra debilidad.

Y es por eso que aun hoy existan dietas y la gente se preocupe por comer de forma “natural”, inteligente o saludable y otros que cobren el peaje, los nutricionistas o endocrinólogos. Diría que hoy más que nunca y a través de Internet podemos comprobar que comer es algo que nos preocupa, unas veces a través del pretexto de los contaminantes, los plásticos que envuelven la comida, los pesticidas o cualquier otro elemento que identifiquemos como peligroso y que dan lugar a doctrinas casi religiosas sobre qué comer, como mezclar las distintas comidas y cómo ser un buen omnívoro casi siempre con el pretexto de la salud.

¿Cómo hacemos para protegernos de los venenos, o los alimentos tóxicos o a aquellos que pueden estar en mal estado o contener gérmenes peligrosos para nuestra salud?

Lo hacemos a través de dos mecanismos bien distintos entre si: uno es el asco y el otro la moralización de la alimentación. Y lo cierto es que ninguno de los dos es de fiar.

El asco surgió como un mecanismo diseñado para eludir toxinas alimentarias y probablemente evitar el contacto con animales ponzoñosos, plantas venenosas, evitar las enfermedades transmitidas por insectos, ratas y otros parásitos. La nausea y el vómito parecen ser los mecanismos (los marcadores somáticos) de esta emoción que llamamos asco del mismo modo que la taquicardia es el marcador somático del miedo.

Los principales disparadores del asco son:
Secreciones del cuerpo y partes del cuerpo ( las heces son las primeras en la lista en todas las culturas). No hace falta insistir en que las secreciones corporales ( heces, sangre, heridas, secreción nasal, vómitos…) son transmisoras de gérmenes.
Comida podrida ( también transmiten patógenos)
Ciertos seres vivos ( arañas, ratas,  gusanos…). Evidentemente transmiten enfermedades.

El asco ha evolucionado del tal modo que cualquier cosa aun comestible puede producirnos asco. Se trata de un aprendizaje, uno aprende a tener asco por ejemplo a las almejas por razones bien distintas a la almeja en sí. Usualmente se le tiene asco a los animales vivos y el marisco que se consume crudo es un buen candidato a convocar rechazos o aversiones naturalmente irracionales.

Lo interesante de la comida es que no podemos dejarla librada a las restricciones de la repugnancia, ni a las prescripciones sociales. Por ejemplo, ¿alguien renunciaría hoy a la carne de vaca o a la de cerdo por más que ciertas religiones hayan abominado de ellas?. ¿Alguien renunciará al vino, a pesar, ahora si, que el vino puede hacernos alcohólicos?

Lo cierto es que aun en una sociedad laica como la nuestra hay mucha gente que sigue manteniendo estos tabúes alimentarios si bien ya no lo hacen por prescripción religiosa, sino como se dice ahora: ética. Ya no lo hacen en nombre de Dios sino de otras cosas.

La comida ha sufrido un fuerte proceso de moralización, si bien las grandes religiones monoteístas mantuvieron estas restricciones en el plano de lo teológico. Por nombrar algunas de la religión católica, la prohibición de comer carne los viernes, el ayuno de 4 horas antes de comulgar y el estigma que la gula (un pecado capital) o el vino han recibido aun en países vitivinícolas.

Todo parece señalar que las restricciones alimentarias que las religiones llevaron a cabo fueron -con la excepción del alcohol- arbitrarias. De lo que se trataba era de imponer ciertos sacrificios a los fieles a fin de recordar el peligro de comer alimentos “impuros”. Y no creo que la prohibición de comer carne de cerdo tuviera como propósito prevenir la contaminación de la triquinosis, como algunos autores piensan como si el origen de la triquinosis fuera algo conocido desde la antigüedad.

Si esto fuera cierto en la India debería prohibirse el consumo de agua, el principal vector transmisor de enfermedades.

Todo parece indicar que el peaje que pagamos los omnívoros por nuestra novedad evolutiva de carácter alimentario es que aunque podemos comer de todo, no sabemos qué comer pues no podemos reconocer -salvo en los casos extremos- lo peligroso o tóxico. Y este no saber impone restricciones y autorestricciones que requieren complicadas intelectualizaciones para rechazar ciertos alimentos y no nos tomen por locos.

Y lo que hacemos es lo mismo que hacemos cuando tenemos miedo: el detector de humos de nuestras alarmas se encienden aun sin amenaza concreta y cuando fallan el asco y la moralización aun nos queda una ultima trinchera: la intolerancia.

Recopilado del libro "Omnivore´s Dilemma" de Michael Pollan y textos del experto en Neurociencia Francisco Traver Torras.


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